Mateo, un niño de 6 años, vive en un entorno familiar violento en el que el padre agrede físicamente a su madre de manera constante y, de vez en cuando, también recibe algún que otro golpe. Miriam, una niña de 10 años, ha crecido con una madre que abusa del alcohol a diario y que no cubre de manera apropiada sus necesidades más básicas. Víctor, un niño de 8 años, ha crecido en una comunidad empobrecida en el que las drogas son el día a día de los jóvenes y adultos que viven en ella. Nerea, una niña de 7 años, vive con su madre que tiene un trastorno psicótico grave y cuida de ella misma y de su madre desde que tiene uso de razón.
La violencia familiar, el alcoholismo de los padres, el abuso de drogas en el entorno y los trastornos de salud mental de un familiar cercano se consideran factores de riesgo porque aumentan la probabilidad de que los niños que han crecido en este tipo de entornos presenten conductas de riesgo, ya sea en la adolescencia y/o la adultez.
Emily Werner y Ruth Smith publicaron en 1982 un libro llamado Vulnerables pero invencibles en el que exponían las conclusiones extraídas de un estudio longitudinal realizado con 700 niños y niñas a lo largo de 30 años. Estos niños/as habían estado expuestos a factores de riesgo como los que hemos comentado anteriormente y observaron que 2/3 de ellos presentaban dificultades en la adolescencia como embarazos no deseados, consumo de drogas, problemas de aprendizaje, absentismo escolar, etc. Pero 1/3 de los niños no presentaban estos problemas, incluso mostraban un desarrollo saludable, a pesar de haber tenido factores de riesgo como los demás. El tercio de esos niños/as eran resilientes que significa que tenían la capacidad para sobreponerse a las condiciones adversas.
Es por esto que Werner y Smith querían conocer cuáles eran los factores que protegían a estos niños y niñas de las adversidades… y ¿sabes a qué conclusión llegaron? El mayor factor de protección para que los niños/as tuvieran un desarrollo positivo y saludable era la influencia de una relación cariñosa y estrecha con una persona adulta significativa.
¡Esto es increíble! Aunque todo lo demás se esté desmoronando en el entorno de un niño/a, la relación que puede tener con un familiar, un profesor, un educador, un psicólogo… puede hacer una GRAN diferencia.
Lo volveré a repetir; NO son casos perdidos. Todo niño/a y adolescente necesita a ese adulto que le regale su tiempo, que le escuche, que le acompañe, que le marque un modelo de comportamiento adecuado y que crea en él… y, la realidad, es que muchos no lo han tenido.
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